Guía para la confesión
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La confesión frecuente ayuda a confiar plenamente en la gracia de Dios nuestro Señor.
No hay pecado que no pueda ser perdonado si nos acercamos a la misericordia de Dios con un corazón contrito y humillado. Ningún mal es más poderoso que la misericordia de Dios.
Debemos agradecer a Dios nuestro Señor el don de su perdón y de su amistad con un propósito de enmienda alentado por el amor y el santo temor de Dios y con una vida de mayor fidelidad a la misión encomendada en la vida cristiana.
EL EXAMEN DE CONCIENCIA
A continuación y sin proponerlo como algo exhaustivo y mucho menos obligatorio, se ofrecen como ayuda, unos puntos de examen para la confesión, tomados del Ritual de la penitencia. El cristiano puede servirse de ellos o de otros que sean más apropiados a sus necesidades personales.
Señor y Dios mío, que conoces el corazón de cada hombre, dame la gracia de examinar sinceramente y conocer verdaderamente el mío, de manera que descubra todos mis pecados, a fin de que, confesándome bien, y enmendándome de ellos, merezca tu perdón y gracia en la tierra y la vida eterna en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
- ¿Voy al sacramento de la penitencia con sincero deseo de purificación, renovación de la vida y amistad más profunda con Dios, o, por el contrario, lo considero como una carga que se ha de recibir muy raras veces?
- ¿Me olvidé o callé a propósito en las pasadas confesiones algún pecado grave?
- ¿Cumplí la penitencia que me fue impuesta? ¿Reparé las injusticias que acaso cometí? ¿Me esforcé en llevar a la práctica los propósitos de enmendar mi vida según el Evangelio?
- ¿Tiende mi corazón a Dios de manera que en verdad lo ame sobre todas las cosas en el cumplimiento fiel de sus mandamientos, como un hijo ama a su padre, o, por el contrario, vivo obsesionado por las cosas temporales? ¿Obro en mis cosas con recta intención?
- ¿Es firme mi fe en Dios, que me habló por medio de su Hijo? ¿Me adhiero firmemente a la doctrina de la Iglesia? ¿Tengo interés en mi formación cristiana escuchando la palabra de Dios, ilustrando mi fe con lecturas apropiadas, participando activamente en las actividades de formación y evitando cuanto pueda dañar mi fe? ¿He profesado siempre con vigor y sin temores mi fe en Dios? ¿He manifestado mi condición de cristiano en la vida pública y privada?
- ¿He rezado por la mañana y por la noche? Mi oración, ¿es auténtica conversación de mente y corazón con Dios o un puro rito exterior? ¿He ofrecido a Dios mis trabajos, dolores y gozos? ¿Recurro a Él en mis tentaciones?
- ¿Tengo reverencia hacia el nombre de Dios o le ofendo con blasfemias, falsos juramentos, usando su nombre en vano? ¿Me he conducido irreverentemente con la Virgen María y los santos?
- ¿Guardo los domingos y días de fiesta de la Iglesia participando activa, atenta y piadosamente en la celebración eucarística? ¿He cumplido el precepto anual de la confesión y comunión pascual?
- ¿Tengo, quizá, otros «dioses» es decir: cosas por las que me preocupo y en las que confío más que en Dios, como son las riquezas, las supersticiones el espiritismo o cualquier forma de inútil magia?
- ¿Dedico al negocio de mi santificación cristiana y al de mi vocación de apóstol, la atención y el esfuerzo que dedico a mis negocios o a otras actividades personales o sociales?
- ¿Tengo auténtico amor a mi prójimo o abuso de mis hermanos usándolos para mis fines y portándome con ellos como no quisiera que se portasen conmigo? ¿Los he escandalizado gravemente con palabras o con obras?
- ¿He contribuido, en el seno de mi familia, al bien y a la alegría de los demás con mi paciencia y verdadero amor?
- ¿Comparto mis bienes con quienes son más pobres que yo? ¿Me preocupo por los más débiles y necesitados, o, por el contrario, desprecio a mi prójimo?
- ¿Valoro lo que significa la salvación de una sola alma? ¿He hecho todo lo posible para acercar a Dios y a la Iglesia a mi familia y conocidos? ¿He ofrecido a otras personas la oportunidad de formar parte del Regnum Christi como un medio para crecer en su vida cristiana y colaborar con la misión evangelizadora de la Iglesia?
- ¿Me preocupo por el bien y la prosperidad de la comunidad humana en la que vivo, o me paso la vida preocupado tan sólo por mí mismo? ¿Participo, según mis posibilidades, en la promoción de la justicia, la honestidad de las costumbres, la concordia y la caridad de la convivencia? ¿He cumplido con mis deberes cívicos? ¿He pagado mis impuestos?
- ¿En mi trabajo o empleo soy justo, laborioso, honesto, prestando con amor mi servicio a la sociedad? ¿He dado a mis obreros, empleados o sirvientes el justo salario? ¿He cumplido mis promesas y contratos?
- ¿He prestado a las legítimas autoridades la obediencia y el respeto debidos?
- Si tengo algún cargo o ejerzo alguna autoridad, ¿los uso para mi utilidad personal o para el bien de los demás, con espíritu de servicio?
- ¿He mantenido la verdad y la fidelidad o he perjudicado a alguien con palabras falsas, con calumnias, mentiras o la violación de algún secreto?
- ¿He producido algún daño a la vida, la integridad física, la fama, el honor, o los bienes de otros? ¿He procurado o inducido al aborto? ¿He odiado a alguien? ¿Me siento separado de alguien por riñas, injurias, ofensas, resentimientos o enemistades? Si he calumniado a alguien, ¿he reparado la injuria? ¿He hablado mal de alguien, poniendo en evidencia sus defectos o limitaciones? ¿He pensado mal del prójimo?
- ¿He robado o deseado injusta o desordenadamente cosas de otros o les he infligido algún daño? ¿He restituido o reparado ese daño?
- Si alguien me ha injuriado, ¿me he mostrado dispuesto a la paz y a conceder, por amor a Cristo, el perdón, o mantengo deseos de odio y venganza?
- ¿He omitido, por egoísmo, algo que debería haber hecho en justicia por mi prójimo?
- ¿Qué uso he hecho de mi tiempo, de mis fuerzas, de los dones que Dios me dio? ¿Los he usado para superarme y perfeccionarme a mí mismo, según el querer de Dios, o para mi provecho egoísta y exclusivo? ¿He vivido ocioso o he sido perezoso?
- ¿He soportado con serenidad y paciencia los dolores y contrariedades de la vida? ¿He mortificado mi cuerpo para ayudar a completar «lo que falta a la pasión de Cristo»? ¿He observado la ley del ayuno y la abstinencia?
- ¿He mantenido mis sentidos y todo mi cuerpo en la pureza y en la castidad como templo que es del Espíritu Santo, llamado a resucitar en la gloria, y como signo del amor fiel que Dios profesa a los hombres, signo que adquiere toda su luz en el matrimonio? ¿He manchado mi carne con la fornicación, con la impureza, con palabras o pensamientos indignos, con torpes acciones o deseos? ¿He mantenido conversaciones, hecho lecturas o asistido a espectáculos o diversiones contrarias a la honestidad humana y cristiana? ¿He incitado al pecado a otros con mi falta de decencia?
- ¿He actuado alguna vez contra mi conciencia, por temor o hipocresía?
- ¿He tratado de actuar dentro de la verdadera libertad de los hijos de Dios, según la ley del espíritu, o soy siervo de mis pasiones?
Para los hijos:
¿He sido obediente con mis padres, manifestándoles respeto y prestándoles ayuda en sus necesidades espirituales y temporales?
Para los padres y esposos:
¿Me preocupo de educar cristianamente a mis hijos, ayudándoles con el ejemplo y ejerciendo mi autoridad con justicia y caridad? ¿Soy fiel a mi cónyuge en el corazón y en la vida? ¿He observado la ley moral en el uso del matrimonio?
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y Redentor mío: por ser tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de todo lo bueno que he dejado de hacer, porque pecando te he ofendido a ti, que eres el sumo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas. Ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados. Propongo firmemente con la ayuda de tu gracia, hacer penitencia, no volver a pecar y huir de las ocasiones de pecado. Señor, por los méritos de tu pasión y muerte, apiádate de mí, y dame tu gracia para nunca más volverte a ofender. Amén.